By: Enrique Zamorano
El análisis del calentamiento global nos permite estudiar y conocer las posibles sociedades desarrolladas que nos precedieron y el impacto que tuvieron sobre el clima
La historia de la humanidad es solo una mota de polvo en medio de toda la vasta creación del mundo que hoy habitamos. Por él, han pasado desde hace aproximadamente 6.000 años un sinfín de civilizaciones humanas. Las conocidas como ‘civilizaciones madre’, es decir, aquellas que se caracterizan por tener un origen autónomo y auténtico, son Mesopotamia, Egipto, Perú, India, China y Centroamérica. Se llaman así porque las posteriores recibieron préstamos culturales de ellas para constituirse como tal.
Pero ¿cuáles son los rasgos que definen a una civilización? En primer lugar, que sea histórica, es decir, que sus ciudadanos utilicen la escritura para el registro de su legislación, su religión y su poder político (reyes, estados), así como la perpetuación de la memoria de su pasado a partir de calendarios o hechos relatados en base a unas fechas determinadas en el tiempo. El primer documento oficial escrito data del 1750 antes de Cristo y es el famoso Código de Hammurabi o Ley del Talión, de procedencia mesopotámica. Con lo cual, podríamos decir que la humanidad histórica tiene tan solo 4.000 años, casi nada si echamos la vista atrás al tiempo geológico, biológico y astronómico de nuestro planeta.
No hay civilización o ‘progreso humano colectivo’ sin un efecto inmediato y observable en el sistema ecológico, así como sin extracción de energía
Pero aquí surge una pregunta de alto calado entre la comunidad científica: ¿cómo sabemos que somos la única civilización que ha habido en nuestro planeta? Quizá los humanos no fuéramos los primeros. Esta es la pregunta sobre la que llevan años investigando Gavan Schmidt, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales (GISS) de la NASA, y Adam Frank, profesor de astrofísica en la Universidad de Rochester.
Todo comenzó cuando este último empezó a estudiar el calentamiento global desde una “perspectiva astrobiológica”. Esto le llevó a analizar los resultados de la industrialización de cualquier civilización anterior a la nuestra observables en el impacto sobre el clima. Al igual que la época en la que estamos ahora, la superpoblación y la industria dejan una huella clara y evidente en la geología y la biología de nuestro planeta. Partiendo de esta premisa, Schmidt y Frank han investigado las posibles consecuencias en el clima y la naturaleza que pudo tener una hipotética sociedad industrializada precedente a la que hoy vivimos.
“La construcción de una civilización implica recolectar energía del planeta para hacer un trabajo”, afirma Adam Frank en un artículo publicado en ‘The Atlantic’. Es decir, no hay progreso humano sin un efecto inmediato y observable en el sistema ecológico. Para erigir y conservar una civilización, se precisa de la extracción de energía para que esta se mantenga en pie. De ahí que las primeras comunidades humanas de la Tierra encontraran en la explotación natural del campo todo lo necesario para vivir y que su economía se basara en el sector primario con la agricultura y la ganadería. Más tarde, introducirían el comercio, aunque esa ya es otra historia. A pesar de su mínimo desarrollo tecnológico, las primeras civilizaciones de la Tierra llevaron a cabo una serie de tareas indispensables para sobrevivir en el entorno que tuvieron un impacto mayor o menor sobre el planeta.
“Estamos acostumbrados a imaginar civilizaciones extintas con estatuas hundidas y ruinas subterráneas”, explica Frank. “Este tipo de artefactos de sociedades anteriores solo sirven si estás interesado en escalas de tiempo pequeñas, pero una vez retrocedes el reloj a decenas o centenas de millones de años, las cosas se vuelven más complicadas”. Esto vuelve a poner de relieve el corto periodo de tiempo que llevamos en la Tierra en comparación con la larga historia de nuestro planeta y de todas sus especies.
La civilización actual está dejando pruebas que podrán ser detectadas por los científicos hasta en los próximos 100 millones de años
“Cuando se trata de hallar una prueba directa de una civilización industrial anterior a la nuestra, como ciudades, fábricas y caminos, el registro geológico no ofrece registros más allá del periodo Cuaternario, hace 2,6 millones de años”, analiza el profesor. El Cuaternario es la etapa geológica en la que apareció el Homo Sapiens en la Tierra y comenzó hace aproximadamente 2,6 millones de años. “Retrocede mucho más allá del Cuaternario y no queda nada, todo ha sido convertido en polvo”. Esto quiere decir que científicamente no hay huellas visibles de civilizaciones anteriores a que nosotros llegásemos a la Tierra.
Más que del pasado, una cuestión de futuro
Aquí viene el quid de la cuestión: “Dado que toda la evidencia directa de nuestro paso por el planeta se borraría después de muchos millones de años, ¿qué tipo de pruebas podrían existir todavía de comunidades anteriores? La mejor manera de responder a esta pregunta es averiguar qué señales dejaríamos nosotros si nuestra civilización colapsara en su etapa actual de desarrollo”, es decir, ahora mismo.
El material que nos sobrevivirá a todos será el plástico, que persistirá en el fondo de los océanos durante escalas de tiempo geológicas
Los dos investigadores publicaron los resultados de todas estas preguntas en un nuevo estudio del ‘International Journal of Astrobiology’, en el que descubrieron que la actividad colectiva de la humanidad actual está dejando rastros que podrán ser detectados por científicos hasta en los próximos 100 millones de años. “El uso extensivo de fertilizantes, por ejemplo, mantiene alimentados a 7.000 millones de personas, pero también redirige los flujos de nitrógeno hacia la producción de alimentos”, razona Frank. “Los científicos del futuro encontrarían estas huellas del nitrógeno en los sedimentos”. Al igual que sucede con minerales como el coltán, extraídos de países exóticos y utilizados en dispositivos electrónicos: “Muchos de estos átomos están ahora deambulando por la superficie del planeta debido a la acción humana. También aparecerán en los sedimentos, al igual que los esteroides sintéticos, los cuales serán detectables en estratos geológicos dentro de 10 millones de años.
Como vemos, la mano productiva del hombre quedará perfectamente reflejada como semblante o radiografía de nuestro paso por el planeta Tierra muchísimos años después de que nosotros nos hayamos ido. El material que nos sobreviva a todos quizá sea el plástico, alojado en enormes cantidades en el fondo de los océanos: “El viento, el sol y las olas desgastan los elementos plásticos a gran escala, dejando los mares llenos de partículas microscópicas que acaban sumergidas en el fondo del océano, creando una capa que podrá persistir durante escalas de tiempo geológicas”, avisa Frank.
Al final, Adam Frank y Gavin Schmidt reconocen la imposibilidad práctica de hallar una solución a la pregunta de si ha habido sociedades industrializadas anteriores a la nuestra. “Una vez te das cuenta de la necesidad de encontrar fuentes de energía de bajo impacto para ralentizar el cambio climático, menos huellas dejarás. Entonces, cuanto más sostenible se vuelva tu civilización, menor será la señal que dejes para las generaciones futuras”, certifica Frank.
La última idea que defienden presume de ser toda una relación dialéctica creación-destrucción sobre la naturaleza de las civilizaciones. “Nuestro trabajo también especula con la posibilidad de que algunos planetas puedan tener ciclos de destrucción y construcción impulsados por combustibles fósiles. El cambio climático provocado por el uso de fósiles conduce a una reducción de los niveles de oxígeno en el océano. Estos bajos niveles ayudan a desencadenar las condiciones necesarias para fabricar nuevos combustibles fósiles, como el petróleo y el carbón”, explica Frank. “De esta manera, la desaparición de una civilización podría sembrar la semilla de una nueva en el futuro”.
!Civilización!