By: XAVIER FONSECA
El ser humano es curioso por naturaleza. Ha buscado respuestas desde que tiene conciencia. Una de las preguntas que se repetía era la de cuántos años tendrá la Tierra. La Biblia no menciona una fecha concreta pero un arzobispo irlandés del siglo XVII, James Ussher, realizó una serie de cálculos sumando las generaciones que aparecen en el libro del Génesis y descubrió que el planeta surgió el domingo 22 de octubre del 4004 antes de Cristo. Claro que las cuentas de la ciencia son otras. No fue sencillo dar con un mecanismo natural donde estuviese oculta su edad. Datando por ejemplo las rocas del Gran Cañón del Colorado, los científicos se encontraban con cifras que iban desde los tres millones hasta quince mil millones de años. Paradójicamente, la clave estaba fuera de la Tierra, en el cinturón de asteroides que hay entre Marte y Júpiter. Los asteroides son restos de la formación de los planetas del sistema solar y analizando ciertos elementos que contienen, como el plomo, sería posible averiguarlo. En la década de los cuarenta el geoquímico estadounidense Clair Patterson recibió un encargo que parecía sencillo, medir la cantidad de plomo presente en un tipo de roca. Si tenía éxito, a continuación lo haría con un meteorito. Patterson era consciente de lo que estaba en juego. Sería el primer científico en conocer la edad de nuestro mundo. Pero nunca imaginó que la misión se convertiría en una odisea. El plomo presente en el ambiente impedía medir los niveles exactos de las muestras. Solo después de construir un laboratorio acondicionado lo consiguió. El resultado le dio 4.550 millones de años, con un margen de error de solo setenta millones de años.
Patterson acabó descubriendo algo más. En su periplo por el mundo midiendo la concentración de plomo, encontró que los niveles eran siempre superiores en la superficie del mar que en el fondo marino, y en la nieve que en las capas heladas más profundas. El responsable de todo aquel plomo adicional provenía de la gasolina. Los coches la utilizaban a pesar de que desde la época de los romanos se sabe que es puro veneno. Entre otros efectos, ataca al sistema nervioso. Patterson descubrió un grave problema de salud pública, y como científico responsable reaccionó, enfrentándose a la industria del petróleo. Esta lucha particular de David contra Goliat consiguió una victoria histórica en 1970, cuando se aprobó la Ley de Aire Limpio que obligó a retirar del mercado toda la gasolina con plomo. El nivel de esta sustancia en la sangre de los estadounidenses se redujo un ochenta por ciento. El de Patterson es el perfecto caso de la ciencia al servicio de la humanidad.