By: José Manuel Valiñas

Existen dos posibilidades: que estemos solos en el universo o que no lo estemos. Ambas son igual de terroríficas.

El mes pasado, la Agencia Espacial Europea (ESA) publicó el mapa más detallado de la Vía Láctea hasta la fecha, y anunció el descubrimiento de una nueva región de la galaxia, al que llamaron Espolón de Cefeo. Se trata de una estructura que une el Brazo de Orión (en el que se encuentra nuestro sistema solar) y el Brazo de Perseo, conformando una especie de puente de estrellas masivas azules.

Lo más apasionante de todo es que… no teníamos idea de su existencia. La humanidad no sabía de esa región entera, que tiene 10 mil años luz de longitud. Para llevar a cabo esta hazaña, se apoyaron de los datos que envía a la Tierra el telescopio espacial Gaia, que se encuentra a un millón y medio de kilómetros de nuestro planeta, mucho más lejos que la Luna.

Uno de los principales responsables es el ítalo-español Michelangelo Pantaleoni, del Centro de Astrobiología de España, encargado del mapeo de la galaxia. “La idea de hacer una cartografía de nuestro entorno tiene una gran carga emotiva: es algo casi poético, porque nos plantea nuestro lugar en el gran orden de las cosas”, indicó el investigador.

El asombroso descubrimiento volvió a encender, en el imaginario colectivo, la vieja cuestión de si estamos solos en el universo. Aunque, en realidad, en el ámbito científico los avances en la búsqueda de vida extraterrestre han dado un salto gigantesco, tanto que muy pronto (se calcula que en dos décadas, como máximo) podríamos tener por fin la respuesta a esa pregunta ineludible.

Todos los granos de arena

No fue sino hasta la década de los 90 cuando se confirmó la existencia del primer exoplaneta; hoy se conocen más de 4,500. Ahora sabemos que en la Vía Láctea, la mitad de las estrellas similares a nuestro sol podrían tener al menos un planeta rocoso y con agua en su superficie, lo que da la cantidad de 300 millones de exoplanetas en los que puede florecer la vida. Pero el número de planetas conocidos con esas características aumenta rápidamente.

David Steinberg, en un reciente texto en el New York Times, titulado Aliens Must Be Out There, why aren’t we looking for them?, escribe lo siguiente: “por muy impresionante que sea, el sol no deja de ser una estrella bastante ordinaria, una de las que se calcula que hay entre 100 mil y 400 mil millones en la Vía Láctea. Y la Vía Láctea es en sí misma sólo una galaxia entre cientos de miles de millones, quizás trillones en el universo observable”. Y abunda: “miles de millones de estrellas de la galaxia podrían estar orbitadas por planetas con condiciones igualmente ideales para albergar vida. En todo el espacio puede haber quintillones de planetas potencialmente habitables, o incluso un sextillón, que es más que los granos de arena estimados en todas las playas de la Tierra”. Así que, se pregunta, ¿no es una arrogancia suponer que somos la única vida que existe?

Los numerosos programas espaciales de nuestros días, como las exploraciones a Marte (Estados Unidos, la Unión Europea, China, India, Emiratos Árabes Unidos, etcétera) están en parte buscando rastros de vida. Los nuevos observatorios espaciales que orbitan la Tierra hacen lo mismo en mundos lejanos. Entre ellos están el mencionado Gaia; el Hubble; el Satélite de Reconocimiento de Exoplanetas en Tránsito, de la NASA; y muy pronto el telescopio chino Xuntian y el telescopio espacial James Webb, que será lanzado en octubre de este año y que tendrá 100 veces más capacidad que el Hubble para observar atmósferas de planetas de otros sistemas solares, incluso detectando moléculas como oxígeno y metano, que en la Tierra se producen con procesos biológicos. En el futuro vendrán el Luvoir, el Telescopio Gigante de Magallanes y el HabEx, que se lanzarían a principios de la siguiente década y que podrán rastrear a mucho mayor detalle las atmósferas exoplanetarias.

Incluso hay términos que ya pasan del ámbito estrictamente técnico para empezar a formar parte del habla de la gente con curiosidad científica, como supertierras, minineptunos y superhabitabilidad. Esto último se refiere a los planetas que podrían tener condiciones incluso mejores que la Tierra para generar la vida.

De hecho, el Catálogo de Exoplanetas Habitables (una lista de la Universidad de Puerto Rico, en colaboración con científicos de todo el mundo) se actualiza continuamente, y la última publicación incluye decenas de mundos con condiciones para la vida. Una iniciativa de la ESA llamada ARIEL trabaja en la comparación de las propiedades de mil exoplanetas, en busca de los mismos rastros biológicos.

Los planetas superhabitables

En un extenso informe publicado recientemente, dedicado a la nueva ciencia de la astrobiología, el semanario británico The Economist hace un recuento de esos exoplanetas con condiciones ideales para la vida, empezando por Teegarden b, en la constelación de Aries, a 12 años luz de la Tierra, y siguiendo con TOI-700d, a 100 años luz. Otros son Kepler-1649c y Próxima Centauri b, a solo 4.2 años luz de nosotros, lo más cercano posible. Están también muchas “supertierras”, mundos con mayor masa que nuestro planeta pero menores que Urano o Neptuno.

En octubre del año pasado, científicos alemanes encontraron 24 planetas superhabitables. “Están a más de 100 años luz de distancia”, dijo Dirk Schulze-Makuch, geobiólogo de la Universidad Técnica de Berlín, “pero nuestro estudio podría ayudar a enfocar los esfuerzos de observación futuros”. “Debemos tener cuidado de no quedarnos atascados buscando una segunda Tierra, porque podría haber planetas que fueran más adecuados para la vida que el nuestro”.

Junto con expertos del Instituto Max Plank, Schulze-Makuch identificó criterios de superhabitabilidad, entre los que destacan que sean planetas más grandes, más cálidos, más húmedos y más antiguos, pues sostienen que el mejor momento para la vida se da cuando un planeta tiene entre 5 mil y 8 mil millones de años (la Tierra tiene 4,500 millones de años). La estimación es que haya unos 10 mil millones de planetas potencialmente habitables. Natalie Batalha, científica del Centro de Investigación Ames de la NASA, dedicada también a esta apasionante búsqueda, ha comentado: “poder mirar un punto de luz y decir ‘esa estrella tiene un mundo viviente orbitando’, es algo muy profundo y responde preguntas sobre por qué estamos aquí”.

En el texto de The Economist, los autores se plantean la cuestión de si los astrobiólogos realmente creen que existe vida en otros lugares. Citan a David Grinspoon, un veterano miembro del Instituto de Ciencias Planetarias, que confirma que ahora pasa lo que sucedía en décadas anteriores con la ciencia de los exoplanetas, que no se tomaba en serio: “creo que hay ahora entre los científicos una creencia generalizada en la existencia de vida extraterrestre, aunque no tengamos pruebas concretas de ella”.

Uno de esos científicos ha admirado y escandalizado. Se trata del mayor experto en astrofísica de la Universidad de Harvard, quien afirma que el pequeño cuerpo interestelar que cruzó el sistema solar en 2017, conocido como Oumuamua… se trata en realidad… de un objeto artificial.

El hecho es que Avi Loeb no es un advenedizo o el típico charlatán que habla de ovnis, sino un investigador ampliamente reconocido, ganador del Premio Gugenheim, miembro de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias y quien, además, después del revuelo causado, se sostuvo en su dicho (comentaremos su hipótesis en la siguiente entrega). Todo esto va en contra de la teoría de la Tierra Rara, que sostiene que las condiciones de nuestro planeta para generar vida son únicas e irrepetibles, y que en realidad es muy probable que estemos absolutamente solos en el universo. Algo que, evidentemente, aterraría a Arthur C. Clarke…

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